Esto no quiere decir que critiquemos el sendero de la mente.
Ni mucho menos.
Simplemente sentimos que el sendero del corazón
nos lleva más rápido hacia nuestra meta.
Supongamos que quiero ir a un lugar que está a mil kilómetros de distancia.
Puedo llegar allí caminando o volando.
Sin duda alcanzaré mi destino considerablemente antes si vuelo en un avión.
De modo similar, si empleamos nuestro corazón aspirante
y no la mente dudosa,
alcanzaremos mucho antes nuestro objetivo.
El corazón es todo amor.
La mente es a menudo toda confusión.
Al decir corazón, nos estamos refiriendo al corazón espiritual,
el cual está rebosante de amor divino.
El corazón es tremendamente significativo
porque en su interior se halla la presencia viva del alma.
Es cierto que la conciencia del alma abarca todo el cuerpo,
pero la verdadera ubicación del alma es el interior del corazón.
Obtenemos estas cualidades divinas directamente desde el alma
dentro del corazón.
Y desde el corazón podemos llevarlas a la mente,
al ser vital y al propio físico.
Dios es sumamente sencillo.
Somos nosotros quienes pensamos que es complicado.
Dios habla el lenguaje más sencillo,
solo que nosotros no lo entendemos.
Estamos todos sordos.
Hemos estado sordos durante milenios.
El pobre Dios ha estado hablando constantemente, sin cesar,
pero nosotros no tenemos tiempo para escucharle.
Nuestro sendero es el de la sencillez.
Un niño es sencillo: ama a su madre.
No tiene que amar a nadie más:
su madre es su mundo entero.
Él se consagra a su madre.
Si su madre le pide que haga algo, él hace caso a su madre.
Un niño es tan sencillo que intenta hacer todo para complacer a la madre;
y complaciendo a la madre está haciendo lo correcto
y alcanzando su más alto objetivo.
En la vida ordinaria, cuando una persona ama a otra,
pasa la mayor parte de su tiempo con esa persona en particular.
Consagra su precioso tiempo a esa persona.
Si es un amor humano verdadero –no amor divino, sino amor humano –,
entonces algunas veces se somete a los caprichos de la otra persona,
aún cuando estos sean absurdos.
Se entrega porque ambos han formado un lazo externo e interno
basado en su amor.
De modo que cuando una persona ama a otra,
está dispuesta a sacrificar incluso su preciosa sabiduría.
En la vida espiritual es completamente distinto.
El amor divino nunca no ata.
Muy al contrario, nos expande y nos libera.
Cuando vemos y sentimos que estamos siendo liberados,
sentimos internamente una obligación divina
de hacer algo por nuestro Piloto Interno.
¿Cómo podemos permanecer apartados de Aquel que nos lo ha dado todo,
que nos ha traído el mensaje del Amor
y la Compasión divina?
¿Será posible no ofrecerle algo a cambio?
Si permanecemos en la vida externa,
únicamente intentamos asirlo y poseerlo todo,
incluso lo que pertenece a otros.
Pero si vivimos en el alma,
intentamos dar constantemente todo lo que tenemos
y todo lo que somos al Piloto Interno.
Amor divino quiere decir auto-ofrecimiento.
Pero el mero hecho de dar algo, de ofrecer algo, no es suficiente.
Hemos de hacerlo con entusiasmo y con un intenso impulso interno.
Damos al Piloto Interno en nosotros y en los demás.
Cuando estamos dando a los demás,
tenemos que sentir que estamos dando a lo divino en esas personas,
al Supremo dentro de ellas,
el cual necesita ahora esta ayuda nuestra.
Cuando oferecemos Amor divino a alguien
debemos hacerlo con alegria y de todo corazón.
Pero, mientras damos, no debemos sentir
que le estamos haciendo un gran favor a la otra persona,
que somos superiores por estar en condiciones de ayudarla.
¡No! Hemos de sentir que Dios nos ha dado
una gran oportunidad para servirle
y deberíamos estar agradecidos a la persona
que nos ha puesto en la situación de dar o servir al Supremo en ella.
Tenemos que sentirnos agradecidos por haber llegado a ser
Sus instrumentos elegidos
cuando Él bien podría haber elegido a otros.
Tenemos que mostrarle constante gratitud por el hecho mismo
de que nos haya empleado a nosotros.
Este tipo de devoción es nuestro servicio dedicado.
Después viene la entrega.
No se trata de la sumisión de un esclavo a un amo.
Un amo ordinario criticará al esclavo,
sintiéndose él siempre perfecto.
Pero en el caso del Supremo no ocurre así.
Cuando Él trata con nosotros,
siente que nuestras imperfecciones son Sus imperfecciones.
Cuando encuentra fallos en nuestra naturaleza,
Él siente que todos estos fallos son Suyos.
A menos y hasta que seamos perfectos,
Dios nunca sentirá que es perfecto.
y omnipresente; eso es cierto.
Pero cuando se trata de la perfección manifestada sobre la Tierra,
Dios siente que aún es imperfecto
en mí, en ti, en todo el mundo.
El mensaje de la perfección perfecta
no ha despuntado aún sobre la tierra.
Nos entregamos a Dios de todo corazón,
sabiendo perfectamente bien que lo que tenemos es prácticamente nada
y lo que somos es prácticamente nada.
Si le damos a Él nuestra nada,
devenimos un instrumento elegido del Supremo
y permitimos que Su perfección crezca en nosotros.
Amor, plenitud y Dios, siempre van juntos.
Dios nunca estará satisfecho con algo incompleto,
no-realizado, no-colmado y no-manifestado.
Él quiere de nosotros la realización,
la revelación, la manifestación y la perfección.
Si estas cosas no se producen durante esta vida,
tendremos que pasar entonces por muchas más encarnaciones.
Pero Dios no permitirá que nadie quede sin realizar
y sin colmar.
Mañana será el momento para que tu amigo realice a Dios.
Pasado mañana será el momento para que algún otro realice a Dios.
Hay un momento para cada persona,
que llamamos "la Hora elegida de Dios".
A la Hora elegida de Dios,
una persona está destinada a realizar a Dios.
Nosotros sentimos que nuestro sendero es más fácil y más efectivo
en el sentido de que no tenemos que leer millones de libros
para conocer lo que es la Verdad.
No tenemos que ejercitar nuestra mente día tras día
para saber qué aspecto tiene la Verdad. ¡No!
La Verdad está dentro de nosotros,
y está clamando por salir a la superficie.
Pero desafortunadamente hemos mantenido la puerta cerrada
y no estamos dejando que la Verdad salga.
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