Permite que la presencia se haga cargo de todo.
Todo lo que está presente
está solo presente porque ha sido
totalmente aceptado por la conciencia.
Si no hubiese sido aceptado por la conciencia,
no estaría apareciendo.
De hecho, todo lo que aparece
no solamente es aceptado por la conciencia.
Es amado por ella.
Como dijo William Blake:
“La eternidad está enamorada
de las producciones del tiempo”.
El amor, o la intimidad pura,
es la única experiencia
de la que tiene conocimiento la conciencia.
Cualquier cosa que surge,
incluidos nuestros sentimientos más profundos y oscuros,
es amada de un modo total e incondicional
por nuestro yo-presencia consciente.
La presencia tiene tanta intimidad con toda experiencia
que no conoce la infelicidad o el dolor emocional.
El dolor emocional siempre implica
el rechazo de la situación presente.
En cambio,
la presencia no puede rechazar nada.
Está inherentemente abierta y no ofrece resistencias.
Todo rechazo y por lo tanto todo dolor,
pertenece al ámbito del yo imaginario;
no tiene nada que ver con el único yo real que existe,
la presencia consciente.
Normalmente pensamos que tenemos que evitar el dolor.
La realidad es justamente lo contrario.
Lo único que no puede soportar el dolor es ser abrazado.
No logramos el final del sufrimiento
por medio de escapar de él
acudiendo a sustancias o actividades
o encerrándonos en una torre de marfil
de perfeccionismo espiritual.
Lo logramos abrazando la situación
tan íntimamente
que no haya lugar
para la menor resistencia a ella.
Y ¿qué ocurre con el dolor
cuando lo permitimos completamente,
sin resistirnos a él?
El nombre que le damos a la experiencia
cuando no hay ni el más mínimo impulso de evitarlo
es paz y felicidad.
Esto es lo que constituye todo dolor:
paz y felicidad,
finamente veladas por el intento de evitar el dolor.
Todo aquello que hemos estado anhelando
reside en el centro de toda experiencia,
esperando solamente a ser reconocido.
Todo lo que se requiere es dejar de evitar lo que es,
dejar de intentar ir a un pasado o a un futuro imaginarios.
Sencillamente, el dolor no puede resistir el ahora.
Necesita un pasado o un futuro para sobrevivir.
Toda búsqueda nos lleva al futuro
y, por definición, vela la paz y la felicidad
que están siempre presentes
en el centro de la experiencia.
Las primeras palabras que escuché de mi maestro fueron:
“La meditación es un “sí” universal a todo”.
Todo lo que dijo después no fue más que un comentario
a estas palabras, aunque no me di cuenta de ello
durante algún tiempo.
Todo empezó con eso y acabó con eso.
Llegado un punto, el amor y la meditación
son indistinguibles.
El amor es un lugar
y, a través de este lugar de amor,
se mueven todos los lugares,
con el brillo de la paz.
El sí es un mundo
y, en este mundo de sí,
viven todos los mundos,
hábilmente enroscados.
Rupert Spira
Namaste, bendiciones
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