Yo puedo pasar desde mi «yo» terrestre a mi «Yo» celeste,
desde mi primera persona
falsa y temporal a mi Primera Persona verdadera y eterna,
solo a través de la Muerte.
No a través de esa muerte futura
que es un proceso exteriormente visible
de quiebra de la vitalidad
y de disolución en un material algo más primitivo,
no vivo,
sino a través de este morir súbito,
interiormente visible y total, ahora:
es decir, mirando dentro y comprobando
que ya ni una partícula de materia
ni un susurro de mente sobrevive justamente aquí.
Mi vida de resurrección
como la Primera Persona del Singular
no es la vida de una persona resucitada:
tiene que ser esta vida absolutamente nueva
que es la de Dios.
Ser salvado es ser Él.
«Quienquiera que entra en la ciudad del Amor», dice Jami,
«encuentra sitio ahí solo para Uno».
Para ser admitido en el Cielo
tengo que atreverme a ser su Único habitante,
a compartir su «Yo»
y a hablar su lenguaje.
Como este espacio
por completo sin tiempo, sin características y neutral –
absolutamente inafectado por ninguno de sus contenidos sujetos al tiempo–
¿soy yo sin amor?
¿Experimento yo a estos seres mortales como sin valor y no amados?
En la medida en que estoy despierto a Mí mismo,
¿no encuentro que todos y cada uno son indispensables,
que cada uno hace su contribución única –positiva o negativa
(si estas distinciones significan algo aquí)– a mi Totalidad,
que cada uno es valioso y amable
debido a que cada uno es siempre Mí mismo?
¿No amable y amado, interesado en algún sentido o exigente o sentimental o parcial,
sino con ese único Amor verdadero e incondicional
que mira y pertenece al objeto y no al sujeto?
¿Amado con el Amor Sin muerte
que no puede permitirse prescindir de ninguna criatura,
que no puede consentirse abandonar ninguna al Tiempo –el Matador–
sino que las arrebata a todas a lo Sin muerte?
¿Hasta tal punto que la llave maestra del enigma de la Vida y de la Muerte
resulta ser el Amor
–el Amor imperecedero que no excluye a nadie en su apertura a la eternidad–?
¿Es cierto que, como dice san Francisco de Sales,
«debemos elegir el Amor eterno o la Muerte eterna,
pues no hay ninguna elección intermedia»?
Si es así, ¿cuál es mi elección?
Tengo todos los datos.
Aquí en mi Centro está toda la evidencia que necesito
para responder estas seis preguntas.
¡Sí, incluso la última!
En razón de QUIEN YO SOY EN REALIDAD,
estoy perfectamente equipado para responderlas por fin,
sin obstrucción o demora.
¡Y lo mismo vale para usted, querido lector!
¿No es así?
DOUGLAS HARDING
Extractos de su maravillosa obra:
EL LIBRITO DE LA VIDA Y DE LA MUERTE
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