La necesidad para nosotros de sacrificar nuestra individualidad para nacer de nuevo como el espíritu, es un tema recurrente en las enseñanzas de Jesucristo. «Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo: pero si muere, dará mucho fruto.
El que ama su vida la pierde; y el que aborrece su vida en este mundo la guardará para la vida eterna» (Juan 12.24-25). «Quienquiera que busque salvar su vida la perderá; y quienquiera que pierda su vida la conservará» (Lucas 17.33). «Y él que no toma su cruz, y sigue en pos de mí, no es digno de mí. El que halla su vida la perderá; y el que pierda su vida por amor de mí, la hallará» (Mateo 10.38-39). «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará. ¿Qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?» (Mateo 16.24-26, y también Marcos 8.34-37 y Lucas 9.23-25).
Es decir, para redescubrir nuestra vida verdadera y eterna como el espíritu, debemos perder nuestra vida falsa y transitoria como un individuo. Si buscamos guardar nuestra individualidad falsa, estaremos perdiendo en efecto nuestro espíritu real.
Éste es el precio que tenemos que pagar para vivir como un individuo en este mundo. Por lo tanto, todo lo que podamos ganar u obtener en este mundo, lo hacemos al precio de perder nuestro propio sí mismo real, el estado de perfección y totalidad (que en este contexto es lo que Cristo quiere decir con el término nuestra «propia alma»).
A cambio de recobrar nuestro estado de totalidad perfecto y original, solo tenemos que abandonar nuestra individualidad y todo lo que va con ella. ¿Qué es verdaderamente beneficioso, perder el todo y ganar meramente una parte, o abandonar una mera parte a cambio del todo?
Para abandonar o perder nuestra individualidad, como Cristo había hecho, él dice que debemos seguirle negándonos a nosotros mismos y llevando nuestra cruz.
Negarnos a nosotros mismos significa abstenerse de surgir como un individuo separado de Dios, que es el todo —la «plenitud de ser» o totalidad de todo lo que es.
Llevar nuestra cruz significa abrazar la muerte o destrucción de nuestra propia individualidad, debido a que en los tiempos de Cristo, la cruz era un poderoso símbolo de la muerte, al ser el instrumento usual de ejecución.
Así pues, aunque usara un lenguaje algo oblicuo para expresarlo, Cristo enfatizó repetidamente la verdad de que para redescubrir nuestra vida real como el espíritu, debemos sacrificar nuestra vida falsa como un individuo.
Este sacrificio de nuestra individualidad o identificación con la carne, y nuestra consecuente resurrección o renacimiento como el espíritu, fue simbolizado por Cristo a través de su propia crucifixión y subsecuente resurrección.
Al morir en la cruz y surgir de nuevo de entre los muertos, Cristo nos dio una poderosa representación simbólica de la verdad de que para devenir libres del «pecado original» de la identificación con la carne, y con ello entrar en el «reino de Dios», debemos morir o dejar de existir como un individuo separado, y de ese modo surgir de nuevo como el espíritu puro, la consciencia infinita «yo soy».
Selección del libro: La Felicidad y el Arte de Ser
Michael James
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